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martes, 25 de agosto de 2009

¿Cuales son tus intenciones?

Normalmente esta frase la pronuncia un futuro suegro hablando con un candidato a yerno. Pero en realidad es una frase que deberíamos repetirnos con frecuencia a nosotros mismos si queremos tener vidas más completas, armónicas y felices. Hay una gran diferencia entre tener clara nuestra intención cuando hacemos algo, o no tenerla, aunque no hablamos de ello muy a menudo; así que vamos a ver lo que supone tener las intenciones claras.

Poner nuestra intención en algo significa tener bien definido el objetivo que perseguimos con ello. Por ejemplo, si uno se pone a estudiar, puede tener la intención de pasar un examen, la intención de aprender, o las dos cosas. Tambien puede ser que simplemente se siente a estudiar porque es lo que toca hacer en ese momento, o sea, que lo haga sin intención. En el momento que se dispone a empezar, el mero hecho de pensar por unos segundos en su propósito y tenerlo claramente definido, va a marcar una gran diferencia en el resultado, y en el proceso. Es como disparar un trabuco sin haber apuntado antes. O como empezar un viaje sin consultar un mapa y sin estar seguro del camino o, aún peor, de dónde queremos ir. La falta de una intención clara es camino más rápido y seguro para llegar al desastre.

Cada día hacemos un buen número de cosas, muchas de ellas automáticas, como ir al gimnasio o a trabajar, hacer la compra o la cena, charlar con amigos, incluso hacer el amor. Cuando digo automáticas no quiero decir que sean ni mecánicas ni sin sentido, simplemente infiero que porque son habituales, nos olvidamos de considerar su propósito. La importancia de estos actos reside en su frecuencia, y en que la mayoría están relacionados con aspectos básicos, como la supervivencia o el cuidado de la salud. Cuando somos conscientes de la intención que hay detrás ellos, conseguimos beneficios relevantes; entre otros:

1.- Los resultados son normalmente mejores.

2.- Somos más conscientes de posibles peligros o boicots potenciales a lo que hacemos.

3.- Es más fácil evitar la tristeza o el aburrimiento que a veces nos produce la rutina.

4.- Nos da una oportunidad para reconsiderar nuestra intención en aspectos más relevantes.

Evidentemente, si conseguimos mejorar lo que hacemos cada dia, nuestra vida mejorará. Por eso la intencionalidad es tan importante.

Vamos a poner un pequeño ejemplo práctico: Estoy preparando el menú semanal para casa. Si tengo claro al empezar que mi intención es que las comidas sean más equilibradas y sanas, seguramente se me ocurrirán platos que reúnan esas características. Si lo estoy haciendo con prisa simplemente porque se que es más cómodo tener el menu pensado de antemano, y es solo un quehacer más, es posible que las primeras opciones que se me ocurran no sean las más saludables, sino las que más me gustan o las más faciles de preparar. De la calidad de la intención que ponemos en lo que hacemos depende la calidad del resultado.

Veamos otro ejemplo también habitual (a no ser que alguno de mis lectores haya hecho voto de castidad), pero más placentero: nuestra intención cuando hacemos el amor. Detrás de las razones obvias para tener un encuentro íntimo con nuestra pareja, mientras nos preparamos, podemos definir claramente una intención; por ejemplo, que haya además una unión a nivel de alma, y una sincronización energética. El encuentro entonces se convierte en un instrumento para reforzar la unión de la pareja, con lo que se hace más trascendente y bastante más interesante. O que el encuentro sea el más largo del año. En éste caso, no resulta tan trascendente, pero sí más divertido (la trascendencia puede estar sobrevalorada).

A menudo, nos vemos en la posición de tomar decisiones o de hacer algo que no forma parte de nuestra rutina diaria, pero que determina como va desarrollándose nuestra vida. Cuantos más factores hay que considerar y más personas hay que tener en cuenta, más difícil es tomar una decision. Elegir un trabajo, una casa, una pareja, o tomar decisiones personales o profesionales de relevancia, puede hacerse más fácil simplemente clarificando nuestra intención. Cuando la intención es positiva y clara, las decisiones resultan más sencillas, porque lo que hacemos es enfocarnos en lo que más importa, y ser más selectivos. Los resultados, entonces, están más acorde con nuestros deseos. Si estamos escribiendo una carta negociando términos de un contrato, por ejemplo, no es lo mismo tener la intención de ganar a toda costa sin que nos importe la otra parte, que tener la intención de proponer puntos que puedan ser beneficiosos para todos. Nuestra intención se va a ver reflejada en nuestras propuestas. Hablando de temas sentimentales, cuando pensamos en un compromiso emocional, aunque parezca mentira, también cambia mucho la decisión que tomemos dependiendo de la intención que haya detrás. No es tan sencillo como que alguien se enamore y ya está. Si lo que nos mueve a la hora de elegir una pareja es crear una relación sin problemas y estable, posiblemente busquemos cualidades en nuestro compañero diferentes a las que serían importantes si estuviéramos buscando una pareja con la que podamos vivir más intensamente o de forma más aventurera. Frivolizando el tema, y para terminar con los ejemplos, vamos a ver lo que pasa cuando vamos a comprarnos ropa.

Sin intención: nos compramos unos vaqueros que nos encantan, y luego tenemos que volver para cambiarlos por un vestido de fiesta que necesitamos para la próxima semana.

Con intención de ser practicas: vamos directamente a por el vestido de fiesta, y elegimos además el bolso que tiene la etiqueta más discreta para poder devolverlo después.

Con intención de quitarnos la tristeza de encima: nos vamos a una tienda carísima y nos compramos el vestido, los zapatos, y el bolso. De ahí vamos a la peluquería.

Con intención de pasar la tarde: llamamos a una amiga, nos probamos vestidos de noche, trajes de trabajo, y abrigos, pero no nos compramos nada.

En conclusion, definir claramente nuestra intención antes de pasar a la acción, nos ayuda a obtener resultados más acordes con lo que queremos. Aquello en lo que enfocamos nuestra atención es lo que encontramos. Por si alguno tiene curiosidad en por qué o cómo se da éste proceso, la razón (simplificada) es la siguiente: como ya hemos hablado en ocasiones anteriores, somos energía viviendo en un mar de energía y en constante interacción con ella. En este nivel, contrariamente a lo que ocurre con la electrónica, los iguales se atraen. Los sentimientos (la intención es un sentimiento) son campos energéticos reales y tangibles, capaces de producir efectos en el mundo físico, así que cuando hacemos algo con intención, estamos poniendo una inmenso motor adicional a lo que hacemos. Ese motor resuena con lo que es similar en el universo (que es el mar de energía en el que nos encontramos) y por resonancia, se reune con lo que tiene una energía similar. Ocurre igual que con el mercurio de un termómetro roto. ¿No os ha pasado nunca? Las bolitas diminutas del metal líquido tienden a juntarse, como si se reconocieran entre sí. Pues esto es lo mismo, pero a nivel energético. Podemos imaginarnos también que es como si tuviéramos un gran imán y fuéramos atrayendo selectivamente y sin esfuerzo las piezas de metal de un gigantesco pozo que contiene diversos elementos. Sin el imán, sería mucho más difícil encontrarlas y recogerlas. El poder de la intención es como el poder del imán. Al poner nuestra intención en lo que hacemos, amplificamos el poder de atraer el resultado que más nos interesa, justo el que es más importante para nosotros.

Espero que os lo paseis muy bien explorando éste concepto. Es divertido, práctico y solo os llevará unos segundos. Antes de hacer o decidir algo, simplemente tened claro cual es vuestra intención al respecto. Ya me contareis la diferencia que ésto hace en vuestra vida.


Helena Aramendia. Permitida la reproducción total o parcial siempre que se mencionen la procedencia y el autor.


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